martes, 22 de enero de 2019

Polillas

El día se marcha con la tarde a cuestas, desangrándose por cauces de luz naranja sobre la montaña mellada de cortijos. En realidad huele a mierda de cabra, pero no puedo dejar de percibir un regusto lorquiano en el ambiente. Por eso me tropiezo, sin quererlo, con poesía donde sólo hay sudor y tierra, hasta tal punto que llego incluso a conmoverme cual idiota cuando pasa a mi lado una destartalada Renault 4. "Allá van", pienso en un impulso lírico, "las hojalatas oxidadas del progreso sobre la alfombra apolillada que recubre los carriles olvidados". Es como si la luz crepuscular nos dejara ciegos ante nuestra propia gilipollez; al menos hasta que vuelven, por la noche, las luces parpadeantes del mundo sin poesía. Sólo entonces puedo respirar aliviado, pues hasta ese momento no sé con certeza si lo he conseguido esta vez o no.