miércoles, 16 de diciembre de 2020

Nueva dirección

 https://thefranpalma.wordpress.com/

lunes, 16 de marzo de 2020

Pura comedia


Primera parte (1/2): Things It Would Have Been Helpful to Know Before the Revolution

My social life is now quite a bit less hectic
The nightlife and the protests are pretty scarce
Now I mostly spend the long days walking through the city
Empty as a tomb
Sometimes I miss the top of the food chain
But what a perfect afternoon

Efectivamente, habría venido bien saber un par de cosas antes de la revolución; entre ellas, que el sistema colapsaría con todos nosotros dentro, porque los que están fuera, en el extrarradio sistémico, lo necesitan tanto como los que están dentro, aunque sea como referencia. Está en el ADN de los rebeldes buscar constantemente algo ante lo que rebelarse. Así, una parte de la revolución - quizás la más importante - consiste necesariamente en seguir fabricando elementos contra los que luchar. El revolucionario necesita pandemias en su continuo esfuerzo por generar anticuerpos. El agente del mal se convierte de esta manera en un buen amigo - si no el mejor - del que pretende combatirlo. Sin uno no existe el otro. En calles vacías no entran manifestaciones, ni moscas. Tampoco pájaros, pero esto lo explico luego.


Industry and commerce toppled to their knees
The gears of progress halted
The underclass set free
The super-ego shatters with our ideologies
The obscene injunction to enjoy life
Disappears as in a dream

No se me ocurre mejor frase para encapsular nuestro tiempo que la que empieza este tema: "Hacía demasiado calor, así que derrocamos el sistema". El "así que" establece una causalidad que carece de todo sentido fuera de su contexto. Cuando en el futuro nos estudien los expertos, debatirán sobre el significado exacto de las palabras de Father John Misty. Tendrán que tener en cuenta a Greta y a Almeida y a una serie de personajes que parecerán ridículos ante sus ojos. Entenderán esta relación directa entre dos elementos inconexos como el reflejo de una sociedad obsesionada con los culpables. Una sociedad con sus propias mitologías causales, en la que no se entiende el mal sin razón de ser. El hombre moribundo lo explica a la perfección, en la segunda parte por favor.


Segunda parte (2/2): Ballad of the Dying Man

And all of the pretentious, ignorant voices that will go unchecked
The homophobes, hipsters, and 1%
The false feminists he'd managed to detect
Oh, who will critique them once he's left?

Los revolucionarios están de enhorabuena porque el mal siempre existe, aunque no siempre con cara. Cuando es invisible le intentamos poner colores saturados a ilustraciones digitales de microorganismos que matan. La identificación estética es importante tanto en la veneración como en el desprecio. Por eso tenemos santos de madera y por eso nos dan morbo las fotos de delincuentes desaliñados.

En la balada, nuestro hombre moribundo se preocupa en su lecho de muerte por todos aquellos que se quedarán sin criticar cuando él no esté. Para él, el mal sin rostro se hace carne en los falsos feministas, homófobos y demás demonios fascistas con cuernos asomando bajo la gomina. También los narcomarxistas venezolanos y los pijoprogres al timón de la dictadura de lo políticamente correcto podrían entrar aquí. Todos deambularán por las redes cometiendo atrocidades morales, porque no está ya el justiciero que les parará los pies con sus certeros y mordaces comentarios.


Eventually the dying man takes his final breath
But first checks his news feed to see what he's 'bout to miss
And it occurs to him a little late in the game
We leave as clueless as we came
For the rented heavens to the shadows in the cave
We'll all be wrong someday

El hombre moribundo es una rara avis, ya que, al contrario que el resto, sufre más por su falta de existencia que por la abundancia de esta. Puesto que es rebelde por naturaleza, revierte el viejo principio de "vivir es sufrir" para convertirlo en "sufrir es vivir". Hablo de los nuevos ascetas, vampiros de la desgracia, que viven más cuanto mayor es la pena. Los vemos estos días en sus tronos de unos y ceros, recordándonos que hay guerras, sida, dengue y cáncer. También criticando a los científicos y a los políticos y a todos los que lo hacen mil veces peor de lo que él lo haría.

El hombre moribundo se toma demasiado en serio a sí mismo y ridiculiza demasiado a los demás. Si escuchara a Father John Misty, sabría que todo es pura comedia, lo que significa que la seriedad y el ridículo son caras de la misma moneda. Irene y yo hablamos mucho de los límites que separan lo serio de lo ridículo. Nuestra misma relación es una moneda indecisa: cara, sentimiento; cruz, parodia. Estos días hemos hablado - y hablaremos - de gente cantando "Resistiré" y de asociaciones de pájaros exóticos que se unen para salvar a las palomas, que como todos sabemos representan como ninguna especie el exotismo. Hemos hablado también de aplausos en los balcones y de profetas salvadores en stories de instagram. Como diría ella, cada uno tiene su "minilucha". Por lo que decía antes, toda lucha es susceptible de ser ridiculizada, lo que no quiere decir que no sea seria.


Though I'll admit some degree of resentment
For the sudden lack of convenience around here
But there are some visionaries among us developing some products
To aid us in our struggle to survive

On this godless rock that refuses to die


Yo creo que aspiro a llevar a cabo mis luchas siendo consciente de lo ridículas que son. También a ridiculizar siempre las luchas de los demás, siendo consciente de su seriedad. Esto significa emocionarse al cantar "Resistiré" desde el balcón, sabiendo al mismo tiempo que parecemos todos gilipollas. Es bonito, si lo piensas.

En definitiva, aplaudamos y cantemos nuestro drama. Lloremos nuestro ridículo.








martes, 10 de marzo de 2020

Culpa al virus

El supermercado era un laberinto de estanterías vacías y carros abandonados en posición diagonal. Algunos incluso tumbados. Una verdadera tortura para alguien que, como yo, tenía que ir colocando en posición vertical los panfletos enganchados de cualquier manera en los parabrisas de los coches que se encontraba a su paso. Curiosamente, mi toc con los patógenos superaba en ese momento mi toc con el desorden. Me sentía como si hubiera sido involuntariamente arrastrado a una especie de macroexperimento en el que por fin podía probar de primera mano una de esas tonterías que se dicen con los amigos en las tardes de aburrimiento. Me refiero a preguntas del tipo: ¿te cortarías un brazo para salvar a tu hermana? Aunque bueno, en este caso la pregunta sería más bien: ¿te pondrías a toquetear los carros del supermercado, probablemente infectados, en mitad de una pandemia?¿Podrías soportar la tentación de alinearlos perfectamente, tal y como te encanta hacer?

B, a mi lado, me miraba con preocupación, sabiendo lo mal que debía estar pasándolo. El cierre de transportes metropolitanos la había pillado en casa y habíamos decidido quedarnos juntos hasta que se asentara la situación. Entiendo que no era su primera opción. Nadie quiere quedarse encerrada con un loco en medio de una situación así. Pese a todo, hacía lo posible por tranquilizarme. B siempre ha sido buena conmigo. Es una pena que las cosas se torcieran, después de todo lo que vivimos juntos. A veces la echo de menos.

Aquel día en el supermercado fue, en buena medida, el inicio del fin. Esto es algo que no deja de sorprenderme, teniendo en cuenta que, a juzgar por las películas, es precisamente cuando hay un apocalipsis zombi o un desastre nuclear que el amor debería hacerse más fuerte. En la salud y la enfermedad y toda esa parafernalia. Pero parece ser que lo humano - o en otras palabras, lo mediocre - siempre gana el pulso a lo trascendental y sigue su curso sin mayor sobresalto, ajeno a lo que pase a su alrededor. En nuestro caso era aún peor, porque no eran los zombis lo que nos atormentaba, sino algo mucho más mundano, como es la escasez. La escasez, más concretamente, de papel del váter. Y no se ha escuchado nunca nada de un amor que pueda prosperar bajo semejante amenaza.

Bien mirado, podríamos decir que fue su culpa. Nos habíamos dividido para tardar lo menos posible en conseguir los víveres necesarios y era ella la que había quedado encargada de todo lo relacionado con la limpieza. Insistió, además, en que escogiera yo la comida, aludiendo a mi intolerancia con ciertos sabores y texturas. Accedí, aún sabiendo que su idea de limpieza difícilmente podía equipararse con la mía. Mis temores se vieron confirmados cuando la vi aparecer sin papel higiénico. "Se habían llevado el último paquete, pero no te preocupes; hay en casa". Siempre me ha fascinado la capacidad de algunas personas para minimizar la importancia de los mayores desastres. 

Las cosas empezaron a complicarse en torno al final de la primera semana. El sábado quedaba apenas un cuarto de rollo. El domingo empezamos a echar mano de todo lo que no cumpliera un papel esencial en la casa y pudiera al mismo tiempo sustituir el papel del que carecíamos. Nos dimos cuenta de dos cosas: de que la palabra "papel" es de esas que suenan más raras cuanto más la dices y de que no hay tantas cosas que puedan funcionar como sustituto del tipo de celulosa específico que a nosotros nos interesaba. Las cortinas, demasiado rugosas; las enaguas del brasero, ni pensarlo; la cortina de la ducha, muy escurridiza; las páginas de mis libros; rígidas y amarillentas. Dada la inconveniencia de la mayoría de materiales que teníamos a nuestro alcance, el miércoles tuvimos que empezar a recurrir a prácticas poco ortodoxas. El jueves cortaron el agua. En lo más hondo de mi ser, no podía dejar de pensar que aquello era su culpa. 

Dado que el período de incubación del virus era de aproximandamente quince días, fuimos conscientes desde el principio de la probabilidad de que alguno de los dos lo llevara consigo. No me sorprendió, por lo tanto, cuando empecé a mostrar síntomas. Recuperamos una de las sábanas que habíamos apartado para otro propósito y me la puse por encima. Me pasaba el día con ella puesta, como un fantasma sudoroso. Por la noche temblaba violentamente en el regazo de B mientras ella me acariciaba el pelo y me susurraba al oído que todo iba a salir bien. Me habría repugnado el olor de su aliento si no fuera porque allí, en su regazo, reinaba un olor aún peor. Yo intentaba concentrarme en mis dolores, abstraerme de aquella falta de limpieza que por otra parte no era culpa suya. Ella creía que mis lágrimas se debían al miedo y al dolor. No se podía imaginar que eran lágrimas de asco. 

Juro que intenté no decirlo, pero en mi estado, la originalidad era un lujo que no podía permitirme. Tiritante, ojeroso, empapado en sudor, contuve el aliento mientras le decía: "No eres tú, soy yo". En mi mente la frase era otra: "No eres tú, es el papel de váter". Apenas podía mirarla a los ojos. Se marchó esa misma tarde mientras dormía. No dejó nota de despedida, quizás porque no quedaba papel donde poder escribirla.




martes, 3 de marzo de 2020

De Murakami y Brad Mehldau

Soy mucho más paciente con los demás que conmigo misma, y sé sacar el lado bueno de las personas. En resumen, soy como el rascador de una caja de cerillas. / pág. 201

A mí el blues me gusta, pero siempre me ha resultado un poco monótono, como Murakami. Este último me parece incluso aburrido, porque anda siempre muy "azul" y muy melancólico por sus rincones literarios, pero carece a mi parecer de la habilidad para contarlo de manera interesante. Es intenso, vamos a admitirlo. Encima no sólo me aburre, sino que me da la sensación de que él mismo escribe con tedio, y eso sí que no puedo tolerarlo, porque si hay algo que odie más que aburrirme es que el que me aburre también se aburra. Hasta ahí podíamos llegar.

Y ya, ya sé que lo del blues no va por el estilo musical. De hecho, admito que es un mal punto de partida si tenemos en cuenta que lo del "Tokio blues" es una cosa que nos hemos inventado aquí en España y que el título original era "Norwegian Wood" a secas, canción que poco o nada tiene que ver con el "blues", aunque sí que tenga que ver con estar "blue". El que quiera entender que entienda. Supongo que habrá una razón editorial que, para ser sincero, no he tenido ni el tiempo ni las ganas de buscar, así que yo sigo con lo mío y me defiendo argumentando que resulta que, como "Norwegian Wood" tampoco ha sido nunca un tema que haya estado en mi top Beatelesco, el resultado acaba siendo el mismo: Murakami, cambia de cassette. 

Nadie sabía que las cortinas tuvieran que lavarse de vez en cuando. Todos pensaban que era algo que siempre había colgado de las ventanas. / pág. 22

Ponte, por ejemplo, algo de Brad Mehldau, de su trio. Ponte "Spiral" mismo que, ojo, no es cualquier cosa. Yo últimamente he estado obsesionado con ese tema. Me parece hipnótico, rozando la magia negra. Droga pura. No puedo parar de escucharlo. Sí, no me mires con esos ojos Murakami - ¿o te puedo llamar Haruki? -. ¿No te das cuenta de que es el tema perfecto para tu novela? A ver si me entiendes lo que quiero decir, que no será muy entretenida pero tiene ideas bonitas. A mí particularmente me ha encantado la manera que tienes de describir la soledad crónica de tu protagonista, aquejado por la adolescencia renacida de los que nos fuimos a vivir a residencias con habitaciones de cinco pelusas cuadradas y paredes tan finas como las capas de polvo que cubrían nuestros libros de filosofía - ¿o era autoayuda? - , acumulados en la estantería con el desorden del que quiere verlo todo con las gafas equivocadas. 

Con esas gafas opacas nos enfrentábamos a nosotros mismos, en constante discusión con un mundo que de repente parecía otra cosa. Algunos prefieren no discutir, y eso también lo tienes en cuenta. A los que nos quedamos nos frustra tanta oportunidad, para no saber qué hacer con ella. Lejos de casa pero atados con la correa de la irresponsabilidad, insconcientes de que ya nadie responde por nosotros. El amor y la libertad se hacen contrarios de repente y eso es confuso. Todo eso está muy bien, pero, volviendo a "Spiral" y a Mehldau ¿no crees, Haruki, que la historia tratada merece algo más de violencia? Y sí, tienes razón en eso de que la muerte rodea a tus personajes, pero yo no te estoy hablando de eso. Yo hablo de la brutalidad inherente al proceso de hacerse adulto - si es que eso de "hacerse" no es más bien "irse haciendo" sin terminar nunca. 

Conocía la genialidad de Mozart de la misma manera que los ancianos conocen los senderos de montaña. / pág. 335

Hablo de la transición a los veinte como un terremoto que lo destroza todo. Una espiral de violencia contra lo que uno ha sido hasta ese momento, que queda invalidado sin previo aviso. Una espiral, mira tú que coincidencia. Haruki, hazte un favor y ponte "Spiral". Mira como empieza el tema, con esa secuencia que pide la voz timidamente y carraspea preparándose. Parece que va a articular un discurso pero se queda en frase. Ese es tu personaje, recién nacido, en un estado de candidez absoluta. Después se le van añadiendo melodías, voces, discursos, todo en orden, porque así crecemos, con orden, sin mayor confusión. Entiendes la idea ¿no? Espero que no te acomodes porque pronto vas a ver que el diálogo se enmarrona cada vez más. Igual que en tu novela. Fíjate en el parón del minuto 2:30, como el de un corredor que se ha quedado sin aliento y ha dudado durante un fugaz instante si seguir o no antes de ponerse en marcha de nuevo. ¿Acaso no es eso crecer?

Pero ojo con esto, porque pese a la creciente cantidad de discursos musicales superpuestos, la secuencia del principio sigue. Esa es tu identidad, la identidad de tu personaje, la que no se pierde. Tu esencia, si quieres. Fíjate como persiste a lo largo de los ocho minutos, luchando contra todo lo que intenta anteponerse, asimilándolo en su armonía pese a las disonancias. Es un centro gravitatorio que atrae todo lo que aparece en el pentagrama. Es una espiral identitaria que prevalece y describe la vida no como línea, sino como círculo. Así es como yo hablaría de Watanabe y de sus amores y sus confusiones y su madurez. Todo junto, a la vez, con un motivo que se repite pero que nunca es el mismo. Así somos: nos repetimos sin ser nunca lo mismo. En otras palabras, caos estable. Brad Mehldau ofrece ocho minutos de puro movimiento alrededor de un mismo punto mientras que tú ofreces largas horas de lectura inmóvil sin punto fijo, dispersa como una niebla de enero. 

Haruki - o Murakami, como quieras -, yo sé que no es comparable, que no tiene nada que ver, pero permíteme que diga que, si tengo que elegir, prefiero el jazz de Mehldau a tu blues.






lunes, 24 de febrero de 2020

Douglass North y el jeta de Calomarde

Leer cosas muy diferentes a la vez puede sin duda llevar a pajas mentales de las que gente como yo, con habilidad limitada para sistematizar y aclarar ideas, no solemos beneficiarnos. Por lo general, el hábito de la lectura ecléctica y desordenada no hace más que hundir a los de mi calaña aún más en la profunda confusión vital que siempre nos acompaña. Existe, no obstante, un aspecto positivo de tal práctica, ya que el desorden permite a veces que surjan vínculos disparatados entre libros que de otra manera nunca en la vida habrían aparecido en la misma conversación.

Yo, que soy un poco jeta y no me atrevo a hablar en serio de nada, me valgo de una de estas disparatadas e indefendibles conexiones para tratar a Douglass North. Siendo uno de los pocos historiadores económicos con un premio Nobel de economía en su estantería, me parece de recibo darle un poco de crédito al hombre que pasó su vida obsesionado con explicar el cambio histórico a través de la teoría económica, sobre todo cuando puedo pasarlo bien ilustrando sus abstractas teorías con Calomarde - que no Calamardo -,  ese infame personaje de nuestra historia que Sergio del Molino ha tenido a bien rescatar de la mano de libros del K.O.. Pero no perdamos el norte - pun intended -, y hablemos primero de North.

Como buen lector desordenado, aviso de que voy a escoger aquí lo que me de la gana de este autor cuya mayor obsesión fue sistematizar el cambio institucional a través de la historia, condensándolo en una teoría neoclásica de las instituciones que no dejó de metamorfosear a lo largo de su vida intelectual. Es lo que tiene el mundo, que es complicado de narices y escapa a cualquier racionalización. Enfrentado a esta complejidad, North no tardó en darse cuenta de que la teoría neoclásica servía para bien poco cuando se trata de arremangarse la camisa y meter las manos en el fango de la historia. Esto le llevó a incidir especialmente en la idea de que el mercado sin fricciones del que hablaban los neoclásicos - y del que algunos aún hablan - no era más que una quimera teórica. Los mercados del mundo real son, sorpresa, imperfectos. Su imperfección reside en los costes de transacción que acechan en cada esquina.

¿Y qué es un coste de transacción? Me preguntas. Un coste de transacción eres tú, por ejemplo, porque eres un poco limitado de nacimiento y eso significa que dejas bastante que desear cuando se trata de ser eficiente y racional desde un punto de vista neoclásico. Pero no te sientas mal, que no es culpa tuya. Para bien o para mal, las personas somos eso: personas. Esto significa que la falta de información, la distorsión del mundo que nos rodea a través de nuestras interpretaciones imperfectas y la limitación de nuestra capacidad productiva son características inherentes al individuo y a las sociedades que estos forman. 

Estas imperfecciones se transmiten fácilmente al mercado, donde encontramos numerosos ejemplos de tales costes miremos por donde miremos. Así pues, resulta que necesitamos informarnos para consumir algo, lo que significa que necesitamos a alguien que nos proporcione información sobre ese algo, lo que significa que alguien tiene que producirlo y asegurarse de que su inversión no le va a ser arrebatada, lo que significa que necesitamos a alguien que proteja la propiedad, lo que significa que necesitamos a alguien que establezca qué pertenece a quién... . En fin, se entiende el percal: Intercambiar muy caro, demasiado para afrontar cada coste individualmente. Asumir que tales costes no existen o no son relevantes para el mercado es, hablando en plata, una simplonería.

Las instituciones, esa palabrota abstracta, serán la herramienta mediante la que las sociedades humanas reduzcan estos costes y permitan el intercambio de bienes. En otras palabras, para afrontar los costes de transacción, la sociedad crea un grupo de WhatsApp y se organiza para hacer mocho y pagar los costes entre todos. Sobre esto se crea la base misma sobre la que reposa el mercado, y aunque eso no quiere decir que esté en la naturaleza de las instituciones ser eficientes o democráticas o justas, el hecho innegable es que existen y determinan el intercambio. Punto. No hay economía fuera de éstas, salvo en el mundo de las ideas y en forocoches.

Una característica curiosa de estas instituciones es que suelen ser pegajosas. Esto quiere decir que, una vez la institución determina un cierto camino a seguir y la sociedad se amolda a éste, los costes de desviarse de tal camino serán cada vez mayores. En ese sentido, las instituciones establecen cauces por los que la sociedad fluye. Cuanto más tiempo pasa, más erosionará la sociedad ese cauce y más difícil será que discurra por otro. En términos Northianos, cuanto más adaptada esté la sociedad a esa institución, más altos serán los costes - económicos y políticos - de ponerlo todo patas arriba. 

La idea no es revolucionaria, desde luego, pero los economistas siempre encuentran maneras de hacernos creer que han inventado la pólvora y North no se queda corto en ese sentido. Quizás su contribución más interesante sea la idea de que, al contrario de lo que puedan pensar algunos, las instituciones no desaparecen por el hecho de ser ineficientes. En ese sentido son un poco como los humanos que las crean: les encanta sobrevivir y reproducirse aunque su existencia sea nefasta. Precisamente, si sobreviven es porque su existencia trae beneficios al menos a una parte de la sociedad - aprovecho para saludar a Karl y Friedrich-, lo que significa que no sólo es costoso cambiarlas, sino que conocer a fondo los recovecos del cauce puede ser bastante lucrativo. 

Esto me trae ya por fin a Calomarde, provinciano que "aunque no era gato, sabía caer siempre de pie" (p. 39) y que supo adaptarse como nadie al cauce borbónico por el que la sociedad española transcurría sin gloria y con pena durante la primera mitad del siglo XIX, todo a pesar de los continuos meneos que llevaban al río de un lado para otro. Si tenemos en cuenta el marco de incentivos que proporcionaba la sociedad española de la época, bien puede defenderse que Calomarde fue un visionario, un emprendedor que ríete tú de Silicon Valley. Acabó pues donde los emprendedores sin títulos nobiliarios de la época solían acabar: "colocao" en su oficinilla o covachuela, manejando papeleo y haciéndole favores a amiguetes de la capital. 

Vale que suena menos glamouroso que ser CEO de una Start-up de inteligencia artificial, pero como diría nuestro amigo North, uno no puede pedirle a las instituciones que sean siempre eficientes o que incentiven siempre el mejor marco económico. De hecho, podemos darnos con un canto en los dientes si nos permiten si quiera llegar a un mínimo equilibrio político. En la España de Calomarde, el equilibrio era precario, pero era, y allí estaba Calomarde llevándose tajada. Lo hizo al menos hasta que los costes políticos de cambiar de régimen desaparecieron de golpe gracias a un tío muy bajito y con cara de enfadado en 1808.

Antes hemos dicho que los costes de cambiar un sistema institucional son más altos cuanto más establecido está este. ¿Qué pasa cuando el encargado de mantener tal sistema se pira a Francia? Pasa que las instituciones colapsan, establecer una constitución liberal se pone de oferta de repente y el coste de estar a favor de la soberanía popular disminuye drásticamente, al menos hasta que Fernando VII se pase por el mercado para subir los precios de nuevo. Calomarde, siempre atento a las gangas ideológicas, se dio de tortas por coger número en Cádiz, pero resultó que ya había invertido todos sus ahorros en el Madrid Borbónico. Por suerte para él, la vuelta de Fernando VII y la consecuente reconducción de las aguas españolas al cauce absolutista le permitiría pronto recuperar lo invertido. Ese mercado, el de leguleyos, nobles y chismorreos en palacios, era uno que sí conocía bien. Uno en el que podía prosperar. Y próspera fue su carrera, llegando a ser ministro de Justicia con Fernando VII. 

Si creías que nunca verías a Sergio del Molino y a Douglass North en la misma página, piénsalo dos veces. La historia de Calomarde no es sólo la de un provinciano que medró en la capital, de la misma manera que la historia de los monarquía borbónica no es sólo la de un sistema institucional ineficiente. Con respecto al segundo, lo importante no es que incentivara el emprendimiento y el bienestar, sino que el equilibrio institucional permitiera a algunos sacar tajada y elevara el coste político de alterar ese equilibrio a los otros, lo suficiente como para que les saliera a cuenta seguirles el juego a cambio de ciertos servicios mínimos. Con respecto al primero, lo importante no es que fuera un idealista o un hombre íntegro, sino que supiera adaptarse perfectamente al sistema institucional fernandino, hasta el punto de poder extraer el delicioso jugo institucional que sólo los que invierten en la especialización burocrática y en la trama palaciega saborean. 

Ya que todos conocemos a Calomardes que saben trepar desde sus tenebrosas covachuelas hasta luminosos palacios gracias a su profundo conocimiento especializado de los entresijos institucionales de un sistema cuyo marco de incentivos no siempre otorga beneficios a aquellos que más aportan a la sociedad, considero que el pensamiento de North sigue siendo relevante para entender mejor ese leviatán estatal que, pese a las utopías de algunos, ha formado y forma parte de nuestras vidas lo queramos o no y que ha sido, históricamente, necesario para organizarse mínimamente. Sólo aceptando que las instituciones forman parte de nuestro día a día podemos empezar a plantearnos mejores modos de incentivar actividades beneficiosas para el bienestar social y penalizar lo que nos aleja de que el intercambio económico beneficie a todos por igual. 

En un mundo paralelo, me gusta imaginar a North citando a Sergio del Molino.




martes, 18 de febrero de 2020

The Night Josh Tillman Came to Our Apartment

En la escena final de Ocho Millas, B- Rabbit se enfrenta a Papa Doc en la que probablemente sea la batalla más hetero-placentera de mi generación (sólo con recordarlo me sube la testosterona). Admito que esa película no tiene mucho que ver con Father John Misty, pero me he venido arriba acordándome y ya no había vuelta atrás, así que la he tenido que encajar por narices en el texto. La mínima excusa que podría poner es que me parecía divertido empezar por ahí, aprovechando que la estrategia que usa B-Rabbit para desmontar a su enemigo - adelantar todos los insultos que el otro va a usar - es precisamente la preferida del hipster barbudo que me ocupa hoy. Si el primer párrafo no te ha convencido, lo entiendo.

She says, like literally, music is the air she breathes

And the malaprops make me want to fucking scream
I wonder if she even knows what that word means
Well, it's literally not that.

Malapropism no tiene traducción al castellano. Existe malapropismo, que es una adaptación directa del inglés, pero no hay un término equivalente original del castellano. La palabra es prepotente de por sí, pero usarla de forma abreviada, como haciéndola más chic, como quitándole importancia al hecho de que has leído un par de libros, es algo que sólo puede hacer un capullo. Él, el Padre, lo debe de saber bien. Yo tengo la sospecha de que es un verdadero capullo. Sólo eso podría explicar su destreza a la hora de representar el papel. Si lo es, seguramente es consciente de que decirlo explícitamente te hace parecerlo un poco menos. Es como ser gordo y hacer bromas de gordos. Quieres lanzar la señal, mostrar que no ignoras la percepción que los demás tienen de ti. Una manera curiosa de justificarse y de pedir respeto al mismo tiempo, porque no es lo mismo ser capullo sin saberlo que serlo a sabiendas. 

Of the few main things I hate about her, one's her petty, vogue ideas

Someone's been told too many times they're beyond their years
By every half-wit of distinction she keeps around
And now every insufferable convo
Features her patiently explaining the cosmos
Of which she's in the middle

Pone a parir aquí a la que, pese a tomar forma femenina - entendemos que en referencia a un ligue pasado - podría ser cualquiera de nosotros, especialmente si se trata de los intensitos que sentamos cátedra en internet. No digo esto por decir. Yo mismo creía que la letra era bastante directa hasta que vi el video y me di cuenta de que bien puede Josh Tillman estar hablando de él mismo. Pero no quiero simplificar lo que FJM representa como personaje. Por una parte, no tengo duda de que habla de una mujer a la que odia de verdad. Por otra, creo que es consciente de que ese odio viene de verse reflejado en la persona que desprecia. Al fin y al cabo, su producción musical no es otra cosa que la pelea constante consigo mismo, aunque a veces pueda parecer que cae en la autocomplacencia del que señala sus fallos para no cambiar nada.

Oh my God, I swear this never happens

Lately, I can't stop the wheels from spinning
I feel so unconvincing
When I fumble with your buttons

Hay inseguridad también tras la fachada de barbudo interesante. Quizás sea eso lo que convierte a la que tiene enfrente en un personaje tan odioso. Al fin y al cabo, su frustración sólo viene de una percepción de superioridad que se desmorona una vez se enfrenta a ella en el campo de batalla más igualador. Desvestirse significa deshacerse de la pompa y la retórica. En el sexo sólo hay carne y cuerpos que se ven ridículos desde cerca. El narrador no puede mas que sentirse ahogado en su propia contradicción al verse desnudo delante de la mujer que odia. No es capaz de admitirse a sí mismo que están hechos de lo mismo. 

We sang "Silent Night" in three parts which was fun

Til she said that she sounds just like Sarah Vaughan
I hate that soulful affectation white girls put on
Why don't you move to the Delta?

Sería excederme si intento colar aquí una reflexión sobre el hombre que no es capaz de aceptar su deuda, su dependencia con respecto al sexo contrario, lo que puede llevar a la frustración y, en algunos caso, al uso de la fuerza bruta como último recurso para anteponernos. Sería excederme, decía, porque sobreanalizar es decir tonterías en la mayoría de los casos. Prefiero que quede resonando la última frase del tema:

I obliged later on when you begged me to choke ya.









martes, 11 de febrero de 2020

Cicatriz

El sexo es tormento, dolor y soledad, una rémora animal de la que no se puede escapar. Además, por muchos disfraces que se le pongan, el sexo es... sexo/ pág. 85

Con el tiempo me he ido curando de mi apetencia adolescente por lo extravagante. Cada vez valoro más la sobriedad como recurso de transmisión. Hay que dejar que resuenen los hechos, brutos, sin pulir. Tapar el eco del golpe que éstos producen con mil capas de sobre-explicación es tener miedo a la cruda realidad de lo que se cuenta. Además, explicar la realidad es, por definición, distorsionarla. Sospecho de los escritores que necesitan demasiada floritura estilística para hacernos llegar una información. Prefiero los que muestran y no explican, porque saben explotar el misterio de lo aparentemente simple. Confían también en la inteligencia del lector.

Esta vez el importe es de 32, 30 euros, indica. Sonia traga saliva. / pág. 39

Sara Mesa trata a sus lectores con el debido respeto, contando la historia y no explicándola. No se encuentra tono condescendiente o pedagógico en apenas doscientas páginas que componen esta novela. Deja que los hechos se amontonen unos sobre otros, adquiriendo peso poco a poco. Es irresistible la analogía con los paquetes enviados por Knut, cada vez más pesados y voluminosos. La estructura discontinua de la historia se presta a la acumulación. Al lector no le importa la vida de los protagonistas por separado, sino la paralela, la que comparten en secreto, que se expande como un gas tóxico y arrasa con la otra, que es la que podríamos llamar "de verdad", al menos hasta que deja de existir.

Sonia escruta la foto, la amplía hasta que los píxeles dejan de representar un rostro humano. / pág. 115

Este juego entre lo real y lo insustancial es central en la historia. Se podría pensar, erróneamente a mi parecer, que la historia de "Cicatriz" no es más que otra reflexión "Blackmirroriana" sobre la era tecnológica. Pero lo digital no es en realidad más que un mero instrumento aquí, muy útil para crear la división entre lo que existe y lo que no, pero irrelevante en cuanto a la relación de Knut y Sonia. Internet no es más que un decorado, como la oficina de Sonia o la ciudad ficticia de Cárdenas. Son escenarios vaporosos que apenas distraen al lector del agujero negro que crece en el centro del escenario y que engullirá el teatro mismo.  "Cicatriz" es la anatomía de una relación tóxica salpimentada con dosis de machismo cosificador. Lo verdaderamente interesante, sin embargo, es que el machismo y la toxicidad, valga la redundancia, están subordinados aquí a lo que realmente constituye el epicentro de la narración: la fragilidad humana. Lo demás es prescindible. Irreal.

Admito que "Cicatriz" crece una vez se termina. Piensas que no te ha gustado tanto, pero sólo hasta que te das cuenta de que Knut y Sonia viven contigo, en tu cabeza. Los ves en ti mismo y a tu alrededor, en las inseguridades, las vanidades y las toxicidades que conforman nuestra frágil e inestable condición humana. Irene se leyó el libro antes que yo y, aunque es normalmente un hueso más duro de roer, estoy seguro de que está de acuerdo conmigo. De no ser así, no seguiríamos hablando de Knut. Sólo por eso, por la discusión con otros y con uno mismo, merece la pena leerlo.







jueves, 6 de febrero de 2020

Carta al Rey Melchor

Sobrevivir es despreciar los principios. 

Yo por amor soy capaz de mandar a la mierda
Mis firmes principios de republicano
Cambio de camisa y rindo pleitesía a la monarquía
Que viva el amor, que me convirtió en su esbirro, majestad
Solo pensar que quisierais ser mi suegro, majestad

Yo ya le adoro, yo le adulo y hasta le beso el culo
Le prometo ser bueno, un digno yerno, majestad.
Los principios son una mierda. Los fagocita la política y los convierte en tomates genéticamente modificados, todos iguales, redonditos. No saben a nada. Los principios los tendría que tirar uno por la borda en cuanto se enamora. Aunque suene cursi, falta amor. En un acto de amor por la libertad absoluta, que es la que no sirve para nada, Albert Pla dijo hace poco que mataría a todos los de Podemos y se lió pardísima, lo que es comprensible. Pero no nos quedemos en la anécdota. Hay performances que son necesarias para entender el mundo y con esto quiero decir que, en efecto, Albert Pla es necesario para entender el mundo. También para entender esa "España de mierda" que tanto hirió a los ofendiditos del otro bando. Reparte a un lado y a otro, pero no por la mera provocación. Es un cabreo tranquilo, apolítico. Libertad absoluta, sin principios. Por supuesto, no todo el mundo podría ser como él. De hecho, seguramente nadie lo sea - imagínate el percal, sobre todo por la cola en los tribunales y en las esquinas de los camellos-. Por eso nos hace falta.
Si me caso, me transformo como en ese cuento
Aquel sapo que por un beso
Se convirtió en príncipe encantado
Y así por un beso de su princesita
También yo me vuelvo en todo lo que usted quiera
Nos hace falta en un roal del mundo donde todos, el que más o el que menos, aspiramos a ser noble. Es así porque nuestra historia va siempre de pelucas, espadas y cruces. Nadie le presta mucha atención a los harapos, en parte porque no hay nada que destacar de éstos; son aburridos. Como Leiva, preferimos las princesas, con perdón de la referencia. Enamorarse de éstas revela nuestra fascinación por la belleza de un palacio por encima de las posibilidades de su pueblo. En gran medida somos eso: harapientos encaprichados inútilmente con la prosperidad, que nos deja en leído en WhatsApp. En su lugar tenemos reinas gordas, monarcas retrasados y ministros con bigote o coleta, todos nobles a su manera, riéndose de nosotros, prebenda en mano. No los culpo. Son emprendedores del cuento y el embauque, que se exporta un montón y da mucho dinero, o eso dicen. Mientras, los demás nos damos de tortas por subirnos al carro, aunque dé un poco de vergüenza admitirlo.

Seré su súbdito amado su sumiso esclavo
Su obediente criado su subordinado y devoto lacayo
Le juro ante dios y ante el cielo y la biblia
Que viva el rey viva el rey
Que viva la monarquía.


Los principios son también cosas de nobleza, es decir, de quien se los puede permitir. Cuando uno no dispone de ésta, sólo le queda el amor. Pla se caga en la riqueza y las aspiraciones y los títulos nobiliarios. Está enamorado, joder. Que le dejen en paz. Su cabreo es gradual, pero no viene del orgullo - ¿hay algo más político que el orgullo? -, sino de la incomprensión de un cuento muy real. El tema crece y él se resigna, dejándose llevar por el flujo de una carta que seguramente no leerá nunca nadie. Se pone de rodillas, y le da igual. Sabe que los orgullosos raramente sobreviven y sin supervivencia no hay amor. Por eso la historia del pueblo es la historia de la supervivencia y no de los principios. 





viernes, 31 de enero de 2020

L'Archipel du Chien

Pág. 123: La mayoría de los hombres no sospechan la parte oscura que todos poseen. Son normalmente las circunstancias lo que la revela: guerras, hambrunas, catástrofes, revoluciones, genocidios. Cuando la contemplan por primera vez, en el secreto de su consciencia, se horrorizan y estremecen.

Escoger libros al azar es un hábito peligroso, sobre todo cuando están escritos en otro idioma. Además, se da el caso de que cuanto más desconocida nos es una lengua, más ciego es nuestro proceso de selección. Si despejo esta ecuación, me queda una estantería repleta de libros aleatoriamente recopilados cuyo único elemento en común es que están escritos en francés. Yo me acerco siempre con el respeto que merece lo imprevisible. Evito los gordos, porque a más páginas, más improperios soltaré cuando me dé cuenta del percal en el que me he metido. Dejo éstos apartados para leerlos en el verano abstracto que nunca llega de verdad. Cojo los finitos - en el sentido de delgados, no de que terminen, que también -  mejor y rezo a cualquier santo franchute que me escuche, pidiéndole que el libro que acabo de escoger no sea un suplicio lingüístico para mi francés de martillazo.

En el caso de "L'archipel du Chien", puedo concluir que no me salió mal la jugada, teniendo en cuenta que me lo llevé de la estantería baratera, la de ediciones de bolsillo, por no hacerle el feo a la señora que pospuso diez minutos la hora de cierre de su librería para atender a un español que no tenía nada mejor que hacer a la hora de comer que ir a tocarle a la puerta para preguntarle si c'était fermé. Pensaría la pobre que silvuplé, que pa siete euros de merde no me habría abierto. Yo, contento, me fui a comerme un crepe.  Casualidades así, fíjate, son las que nos llevan a grandes historias - aunque a veces también a las más aburridas -.

Inciso: Me he enrollado contando mi vida y milagros en los dos primeros párrafos y llevo ya un rato intentando pensar una manera medianamente ingeniosa de enlazar ahora con la historia del libro. Acaba de ocurrírseme una y he pensado que no estaba de más compartir mi satisfacción con usted que me lee, al mismo tiempo que me excuso por mis divagaciones sin rumbo del principio. Oh, lector. Me encanta dirigirme de manera pomposa al lector, como si fuera un señor con bigote y monóculo que se toca el ala del bombín. Un cordial saludo, lectores y lectoras.

De la misma manera que una casualidad me llevó a este libro, será también el oscuro azar de la probabilidad lo que desencadene la serie de eventos que conforman la novela de Philippe Claudel, director de cine y escritor a partes iguales. Formalmente, su creación responde sin duda a códigos literarios, pero uno no puede evitar ver en ella un cierto regusto a película, especialmente en la disposición por escenas de la historia que se va componiendo lentamente, entretejiéndose mediante postal y postal para construir todo un universo alrededor de lo que inicialmente no parece más que una fábula unidimensional con personajes arquetípicos. 

Por supuesto, el uso del tono fabulístico no es casual. Aspirando a la universalidad, Claudel abstrae su historia de cualquier circunstancia reconocible, llevándose su archipiélago con forma de perro a la parcela de la ficción absoluta en términos cronológicos y geográficos. Los isleños, que podrían vivir tanto en el siglo dieciocho como en nuestra época, responden a arquetipos ideales, grabados a fuego en nuestra conciencia colectiva. Por eso, aunque nadie existe en esa isla m
etafórica, todo es al mismo tiempo extremadamente real. Es como si una oscura historia de nuestro mundo se condensara en apenas doscientas páginas. A través de los protagonistas sin nombre propio de este cuento progresivamente macabro- alcalde, médico, cura, vieja y profesor - vemos retazos de nosotros mismos. Reconocemos también la historia de la literatura universal, hábilmente reinventada para contar lo de siempre, pero de otra manera. Y qué manera.

Pág. 128: Tarde o temprano, el amor termina por difuminarse. Pero no así el odio, [...] que es el motor  profundo del género humano. Al final, el triunfo de Judas será más duradero que el de Cristo, el cual vemos desmoronarse a nuestro alrededor.

El carácter atemporal de la historia no es, sin embargo, obstáculo para que lo que se cuenta mantenga una inquietante actualidad. El final del libro, con su libre interpretación de Sísifo, nos da una pista de ello. Hay ironía en el hecho de que la historia de los antiguos nunca se quede anticuada. Claudel la explica con dolorosa puntería, aunque le duela a él más que a nadie, como queda patente en su narración. Es también todo lo objetivo que le permiten sus personajes, a los cuales intenta entender en su profundidad, pese al asco que puedan producir. El resultado es sin duda de alabar, y por supuesto de recomendar. Queda pendiente mi relectura en español, para llevarme el ochenta por ciento que me he dejado sin entender en esta ocasión.

Un saludo a las libreras que cierran diez minutos más tarde. Una disculpa por mis traducciones libres.







sábado, 25 de enero de 2020

I've Seen Footage

Whats that
Can't tell
Hand held dream
Shot in hell

Bajo la premisa de desentrañar lo que a todas luces parece una ridícula aventura de justicia animal liderada por un grupo de frikis anónimos con traumas infantiles, "Don't Fuck With Cats" acaba por convertirse en una inesperada reflexión sobre la cultura anónima del internet y casi me atrevería a decir de la condición humana, aunque suene un poco tal. El mejor momento, sin duda, es cuando uno de sus protagonistas mira a cámara con asombro, ojos ampliados por el cristal grueso, para decir: "Esto ya no era un juego, sino la vida real". Maravilla. Corre a Netflix. Pero antes, escucha Death Grips.

Show me somethin'
I ain't seen before
Mystery hind that
Death door


El respeto a lo salvaje se viene abajo cuando es un canal más de la realidad televisada. Sólo nos queda el morbo. Los de los dosmiles hemos visto "footage" y nos ha jodido la mente un poco. Vídeos de ISIS en el telediario. Porno de cualquier tipo, veinticuatro horas al día. Decapitaciones bajo demanda. Mierdas varias para mentes insanas - aburridas, en el fondo -. Internet es una orgía oscura para gente con tiempo. El gatito adorable de Facebook es la tapadera, avatar de un perfil falso tras el cual se esconde un perturbado. Un potencial asesino, también. Todos lo somos un poquito, en el fondo. A lo mejor por el callo que se nos ha hecho de ver tanta mierda. Lo digital ayuda a hacernos insensibles porque le da un toque de inverosimilitud a todo. Entre nosotros y la barbarie median unos, ceros y píxeles. 

Armored cop open fire Glock
On some kid who stepped so

Fast was hard ta grasp
What even happened til you seen dat head blow
Off his shoulders in slow mo
Rewind that, is so cold
Rewind that, is so cold
I seen footage I stay noided


"I've Seen footage" se baña en esa pixelación. Los versos de MC Ride son cuerpos borrosos que bailan al ritmo de ruido estático. El tono parece cínico y oscuro, pero no deja de ser profundamente humano. Si te fijas, oirás un grito de desesperación. Se retuerce, suda y grita, resistiéndose a rendirse a la complacencia del espectador internauta. Parece que nos llama la atención a gritos. Sus ojos desorbitados miran alrededor, pareciéndole imposible que sigamos con nuestras vidas después de ver lo que él ha visto. Seen crazy shit man crazy shit. Tan cerca del mal - a un sólo click - y tan inconscientes de su presencia. Cada avatar en redes es la tapa de una alcantarilla.

I stay noided, stimulation overload account for it
Desensitized by the mass amounts of shit





lunes, 20 de enero de 2020

En círculos

Somos una circunvalación sin salidas, una moqueta de alquitrán y hierros. Antinatural, porque no es caos. Somos orden y el orden es, en esencia, un desafío a la naturaleza. Gaudí se obsesionó con borrar los límites entre lo natural y lo humano, pero me pregunto si su obsesión radicaba en la creencia de que estos eran lo mismo o si, por el contrario, su intento respondía más bien a la comprensión de que están estos dos inevitablemente contrapuestos,  y que por lo tanto sólo pueden unirse como si de un mosaico de trencadís se tratara, juntando con masilla pedazos desiguales de azulejos para crear un efecto mágico, aunque poco duradero - lo que tarda un vistazo - de homogeneidad. 

Yo caigo en el saco de los segundos, y por ello reivindico un uso del calificativo de "antinatural" libre por fin de connotaciones negativas, que huelen a incienso y a pergamino. Es una cuestión de principios, pues no puedo rechazar esta categoría cuando el mismo suelo que piso pertenece a ella. El trencadís es un mapa y sobre mapas caminamos. Ambos responden al mismo capricho de las manos que los trazan y los pegan y fuerzan sus piezas unas con otras. ¿Qué es el arte sino juntar cosas con pegamentos perecederos y materiales reciclados? La literatura es eso: juntar tinta ya escrita de otra manera. Los mapas son literatura y sobre ella caminamos. Lo antinatural es el sustrato de nuestra existencia. Antinaturales pues, por debajo.

Pero antinaturales, también, por arriba. Porque para rechazar lo inventado - o mejor, lo construido - por abajo, no nos queda otra que elevarnos y recurrir a lo construido por arriba. El término elevar lo uso de un modo descriptivo y no moral. No hay moral en la ficción porque no responde ésta a ninguna norma del mundo. Está fuera de él y por eso nos permite describirlo como queramos. Las ideas son ficciones que encajamos como trozos de colores también. Platón decía que nos son dadas. No se puede inventar nada, sólo unir lo inventado de manera diferente. Nuestra historia es un jugar con piezas de lego infinito. Pero no creamos, eso no. Nuestro complejo de mortales crece como una enredadera de la semilla que es nuestra incapacidad de crear. Esa incapacidad nos aburre y el aburrimiento de lo ya vivido nos envenena por dentro. Antinaturales por arriba también, a nuestro pesar. 

Me dirás que arriba y abajo son en realidad lo mismo y no puedo decir que no. Se unen sus puntas para crear la circunvalación sin salidas - ya desde su construcción se sabía que no harían falta - que rodea la naturaleza. Transitamos por ahí. Vivimos y morimos en el alquitrán suspendido encima del caos, asomándonos de vez en cuando con timidez por encima de los quitamiedos, como el niño que mete los dedos de los pies en la piscina y no se atreve a tirarse. Conversamos entre nosotros y comentamos lo bien que estaría bajar algún día, hacer una escapadita de un fin de semana quizás. Nos permitimos el lujo de retarnos porque en el fondo sabemos que nunca ocurrirá. No pertenecemos nosotros ahí abajo. Se desvanecería todo ante nuestros ojos construidos, pues no hablan estos el lenguaje de lo inasible. Solo en lo construido podemos dormir tranquilos, porque somos construcciones nosotros mismos. Trencadís andante. Antinaturales por arriba y por debajo.

Yo creo que un día la naturaleza se desbordará y se comerá todo lo humano que osa desafiarla. Gaudí sonreirá en su tumba o llorará, no lo sé porque no conozco al buen hombre.