martes, 3 de marzo de 2020

De Murakami y Brad Mehldau

Soy mucho más paciente con los demás que conmigo misma, y sé sacar el lado bueno de las personas. En resumen, soy como el rascador de una caja de cerillas. / pág. 201

A mí el blues me gusta, pero siempre me ha resultado un poco monótono, como Murakami. Este último me parece incluso aburrido, porque anda siempre muy "azul" y muy melancólico por sus rincones literarios, pero carece a mi parecer de la habilidad para contarlo de manera interesante. Es intenso, vamos a admitirlo. Encima no sólo me aburre, sino que me da la sensación de que él mismo escribe con tedio, y eso sí que no puedo tolerarlo, porque si hay algo que odie más que aburrirme es que el que me aburre también se aburra. Hasta ahí podíamos llegar.

Y ya, ya sé que lo del blues no va por el estilo musical. De hecho, admito que es un mal punto de partida si tenemos en cuenta que lo del "Tokio blues" es una cosa que nos hemos inventado aquí en España y que el título original era "Norwegian Wood" a secas, canción que poco o nada tiene que ver con el "blues", aunque sí que tenga que ver con estar "blue". El que quiera entender que entienda. Supongo que habrá una razón editorial que, para ser sincero, no he tenido ni el tiempo ni las ganas de buscar, así que yo sigo con lo mío y me defiendo argumentando que resulta que, como "Norwegian Wood" tampoco ha sido nunca un tema que haya estado en mi top Beatelesco, el resultado acaba siendo el mismo: Murakami, cambia de cassette. 

Nadie sabía que las cortinas tuvieran que lavarse de vez en cuando. Todos pensaban que era algo que siempre había colgado de las ventanas. / pág. 22

Ponte, por ejemplo, algo de Brad Mehldau, de su trio. Ponte "Spiral" mismo que, ojo, no es cualquier cosa. Yo últimamente he estado obsesionado con ese tema. Me parece hipnótico, rozando la magia negra. Droga pura. No puedo parar de escucharlo. Sí, no me mires con esos ojos Murakami - ¿o te puedo llamar Haruki? -. ¿No te das cuenta de que es el tema perfecto para tu novela? A ver si me entiendes lo que quiero decir, que no será muy entretenida pero tiene ideas bonitas. A mí particularmente me ha encantado la manera que tienes de describir la soledad crónica de tu protagonista, aquejado por la adolescencia renacida de los que nos fuimos a vivir a residencias con habitaciones de cinco pelusas cuadradas y paredes tan finas como las capas de polvo que cubrían nuestros libros de filosofía - ¿o era autoayuda? - , acumulados en la estantería con el desorden del que quiere verlo todo con las gafas equivocadas. 

Con esas gafas opacas nos enfrentábamos a nosotros mismos, en constante discusión con un mundo que de repente parecía otra cosa. Algunos prefieren no discutir, y eso también lo tienes en cuenta. A los que nos quedamos nos frustra tanta oportunidad, para no saber qué hacer con ella. Lejos de casa pero atados con la correa de la irresponsabilidad, insconcientes de que ya nadie responde por nosotros. El amor y la libertad se hacen contrarios de repente y eso es confuso. Todo eso está muy bien, pero, volviendo a "Spiral" y a Mehldau ¿no crees, Haruki, que la historia tratada merece algo más de violencia? Y sí, tienes razón en eso de que la muerte rodea a tus personajes, pero yo no te estoy hablando de eso. Yo hablo de la brutalidad inherente al proceso de hacerse adulto - si es que eso de "hacerse" no es más bien "irse haciendo" sin terminar nunca. 

Conocía la genialidad de Mozart de la misma manera que los ancianos conocen los senderos de montaña. / pág. 335

Hablo de la transición a los veinte como un terremoto que lo destroza todo. Una espiral de violencia contra lo que uno ha sido hasta ese momento, que queda invalidado sin previo aviso. Una espiral, mira tú que coincidencia. Haruki, hazte un favor y ponte "Spiral". Mira como empieza el tema, con esa secuencia que pide la voz timidamente y carraspea preparándose. Parece que va a articular un discurso pero se queda en frase. Ese es tu personaje, recién nacido, en un estado de candidez absoluta. Después se le van añadiendo melodías, voces, discursos, todo en orden, porque así crecemos, con orden, sin mayor confusión. Entiendes la idea ¿no? Espero que no te acomodes porque pronto vas a ver que el diálogo se enmarrona cada vez más. Igual que en tu novela. Fíjate en el parón del minuto 2:30, como el de un corredor que se ha quedado sin aliento y ha dudado durante un fugaz instante si seguir o no antes de ponerse en marcha de nuevo. ¿Acaso no es eso crecer?

Pero ojo con esto, porque pese a la creciente cantidad de discursos musicales superpuestos, la secuencia del principio sigue. Esa es tu identidad, la identidad de tu personaje, la que no se pierde. Tu esencia, si quieres. Fíjate como persiste a lo largo de los ocho minutos, luchando contra todo lo que intenta anteponerse, asimilándolo en su armonía pese a las disonancias. Es un centro gravitatorio que atrae todo lo que aparece en el pentagrama. Es una espiral identitaria que prevalece y describe la vida no como línea, sino como círculo. Así es como yo hablaría de Watanabe y de sus amores y sus confusiones y su madurez. Todo junto, a la vez, con un motivo que se repite pero que nunca es el mismo. Así somos: nos repetimos sin ser nunca lo mismo. En otras palabras, caos estable. Brad Mehldau ofrece ocho minutos de puro movimiento alrededor de un mismo punto mientras que tú ofreces largas horas de lectura inmóvil sin punto fijo, dispersa como una niebla de enero. 

Haruki - o Murakami, como quieras -, yo sé que no es comparable, que no tiene nada que ver, pero permíteme que diga que, si tengo que elegir, prefiero el jazz de Mehldau a tu blues.






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