jueves, 6 de febrero de 2020

Carta al Rey Melchor

Sobrevivir es despreciar los principios. 

Yo por amor soy capaz de mandar a la mierda
Mis firmes principios de republicano
Cambio de camisa y rindo pleitesía a la monarquía
Que viva el amor, que me convirtió en su esbirro, majestad
Solo pensar que quisierais ser mi suegro, majestad

Yo ya le adoro, yo le adulo y hasta le beso el culo
Le prometo ser bueno, un digno yerno, majestad.
Los principios son una mierda. Los fagocita la política y los convierte en tomates genéticamente modificados, todos iguales, redonditos. No saben a nada. Los principios los tendría que tirar uno por la borda en cuanto se enamora. Aunque suene cursi, falta amor. En un acto de amor por la libertad absoluta, que es la que no sirve para nada, Albert Pla dijo hace poco que mataría a todos los de Podemos y se lió pardísima, lo que es comprensible. Pero no nos quedemos en la anécdota. Hay performances que son necesarias para entender el mundo y con esto quiero decir que, en efecto, Albert Pla es necesario para entender el mundo. También para entender esa "España de mierda" que tanto hirió a los ofendiditos del otro bando. Reparte a un lado y a otro, pero no por la mera provocación. Es un cabreo tranquilo, apolítico. Libertad absoluta, sin principios. Por supuesto, no todo el mundo podría ser como él. De hecho, seguramente nadie lo sea - imagínate el percal, sobre todo por la cola en los tribunales y en las esquinas de los camellos-. Por eso nos hace falta.
Si me caso, me transformo como en ese cuento
Aquel sapo que por un beso
Se convirtió en príncipe encantado
Y así por un beso de su princesita
También yo me vuelvo en todo lo que usted quiera
Nos hace falta en un roal del mundo donde todos, el que más o el que menos, aspiramos a ser noble. Es así porque nuestra historia va siempre de pelucas, espadas y cruces. Nadie le presta mucha atención a los harapos, en parte porque no hay nada que destacar de éstos; son aburridos. Como Leiva, preferimos las princesas, con perdón de la referencia. Enamorarse de éstas revela nuestra fascinación por la belleza de un palacio por encima de las posibilidades de su pueblo. En gran medida somos eso: harapientos encaprichados inútilmente con la prosperidad, que nos deja en leído en WhatsApp. En su lugar tenemos reinas gordas, monarcas retrasados y ministros con bigote o coleta, todos nobles a su manera, riéndose de nosotros, prebenda en mano. No los culpo. Son emprendedores del cuento y el embauque, que se exporta un montón y da mucho dinero, o eso dicen. Mientras, los demás nos damos de tortas por subirnos al carro, aunque dé un poco de vergüenza admitirlo.

Seré su súbdito amado su sumiso esclavo
Su obediente criado su subordinado y devoto lacayo
Le juro ante dios y ante el cielo y la biblia
Que viva el rey viva el rey
Que viva la monarquía.


Los principios son también cosas de nobleza, es decir, de quien se los puede permitir. Cuando uno no dispone de ésta, sólo le queda el amor. Pla se caga en la riqueza y las aspiraciones y los títulos nobiliarios. Está enamorado, joder. Que le dejen en paz. Su cabreo es gradual, pero no viene del orgullo - ¿hay algo más político que el orgullo? -, sino de la incomprensión de un cuento muy real. El tema crece y él se resigna, dejándose llevar por el flujo de una carta que seguramente no leerá nunca nadie. Se pone de rodillas, y le da igual. Sabe que los orgullosos raramente sobreviven y sin supervivencia no hay amor. Por eso la historia del pueblo es la historia de la supervivencia y no de los principios. 





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