viernes, 31 de enero de 2020

L'Archipel du Chien

Pág. 123: La mayoría de los hombres no sospechan la parte oscura que todos poseen. Son normalmente las circunstancias lo que la revela: guerras, hambrunas, catástrofes, revoluciones, genocidios. Cuando la contemplan por primera vez, en el secreto de su consciencia, se horrorizan y estremecen.

Escoger libros al azar es un hábito peligroso, sobre todo cuando están escritos en otro idioma. Además, se da el caso de que cuanto más desconocida nos es una lengua, más ciego es nuestro proceso de selección. Si despejo esta ecuación, me queda una estantería repleta de libros aleatoriamente recopilados cuyo único elemento en común es que están escritos en francés. Yo me acerco siempre con el respeto que merece lo imprevisible. Evito los gordos, porque a más páginas, más improperios soltaré cuando me dé cuenta del percal en el que me he metido. Dejo éstos apartados para leerlos en el verano abstracto que nunca llega de verdad. Cojo los finitos - en el sentido de delgados, no de que terminen, que también -  mejor y rezo a cualquier santo franchute que me escuche, pidiéndole que el libro que acabo de escoger no sea un suplicio lingüístico para mi francés de martillazo.

En el caso de "L'archipel du Chien", puedo concluir que no me salió mal la jugada, teniendo en cuenta que me lo llevé de la estantería baratera, la de ediciones de bolsillo, por no hacerle el feo a la señora que pospuso diez minutos la hora de cierre de su librería para atender a un español que no tenía nada mejor que hacer a la hora de comer que ir a tocarle a la puerta para preguntarle si c'était fermé. Pensaría la pobre que silvuplé, que pa siete euros de merde no me habría abierto. Yo, contento, me fui a comerme un crepe.  Casualidades así, fíjate, son las que nos llevan a grandes historias - aunque a veces también a las más aburridas -.

Inciso: Me he enrollado contando mi vida y milagros en los dos primeros párrafos y llevo ya un rato intentando pensar una manera medianamente ingeniosa de enlazar ahora con la historia del libro. Acaba de ocurrírseme una y he pensado que no estaba de más compartir mi satisfacción con usted que me lee, al mismo tiempo que me excuso por mis divagaciones sin rumbo del principio. Oh, lector. Me encanta dirigirme de manera pomposa al lector, como si fuera un señor con bigote y monóculo que se toca el ala del bombín. Un cordial saludo, lectores y lectoras.

De la misma manera que una casualidad me llevó a este libro, será también el oscuro azar de la probabilidad lo que desencadene la serie de eventos que conforman la novela de Philippe Claudel, director de cine y escritor a partes iguales. Formalmente, su creación responde sin duda a códigos literarios, pero uno no puede evitar ver en ella un cierto regusto a película, especialmente en la disposición por escenas de la historia que se va componiendo lentamente, entretejiéndose mediante postal y postal para construir todo un universo alrededor de lo que inicialmente no parece más que una fábula unidimensional con personajes arquetípicos. 

Por supuesto, el uso del tono fabulístico no es casual. Aspirando a la universalidad, Claudel abstrae su historia de cualquier circunstancia reconocible, llevándose su archipiélago con forma de perro a la parcela de la ficción absoluta en términos cronológicos y geográficos. Los isleños, que podrían vivir tanto en el siglo dieciocho como en nuestra época, responden a arquetipos ideales, grabados a fuego en nuestra conciencia colectiva. Por eso, aunque nadie existe en esa isla m
etafórica, todo es al mismo tiempo extremadamente real. Es como si una oscura historia de nuestro mundo se condensara en apenas doscientas páginas. A través de los protagonistas sin nombre propio de este cuento progresivamente macabro- alcalde, médico, cura, vieja y profesor - vemos retazos de nosotros mismos. Reconocemos también la historia de la literatura universal, hábilmente reinventada para contar lo de siempre, pero de otra manera. Y qué manera.

Pág. 128: Tarde o temprano, el amor termina por difuminarse. Pero no así el odio, [...] que es el motor  profundo del género humano. Al final, el triunfo de Judas será más duradero que el de Cristo, el cual vemos desmoronarse a nuestro alrededor.

El carácter atemporal de la historia no es, sin embargo, obstáculo para que lo que se cuenta mantenga una inquietante actualidad. El final del libro, con su libre interpretación de Sísifo, nos da una pista de ello. Hay ironía en el hecho de que la historia de los antiguos nunca se quede anticuada. Claudel la explica con dolorosa puntería, aunque le duela a él más que a nadie, como queda patente en su narración. Es también todo lo objetivo que le permiten sus personajes, a los cuales intenta entender en su profundidad, pese al asco que puedan producir. El resultado es sin duda de alabar, y por supuesto de recomendar. Queda pendiente mi relectura en español, para llevarme el ochenta por ciento que me he dejado sin entender en esta ocasión.

Un saludo a las libreras que cierran diez minutos más tarde. Una disculpa por mis traducciones libres.







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