domingo, 5 de enero de 2020

Watchmen

En sus viñetas habitan un tío azul que va siempre con el pito al aire, un millonario heredero que se viste de búho, un justiciero anarco-liberal que ha leído demasiado a Nietzsche y un malo malísimo que quiere jugar a ser dios. Es fácil, por lo tanto, quedarse en lo banal de los personajes de Watchmen, y en cierto modo es precisamente en esa simpleza donde reside la clave de una obra que se envuelve en su aparente carácter inofensivo para desarrollar una reflexión certera, compleja y extremadamente profunda del siglo veinte. Y lo que viene después, claro. 

Caricaturizando la América - y por ende, occidente - psicótica de la guerra fría, Moore y Gibbons trazan con maestría el perfil psicológico de una sociedad que ha transcendido en buena medida sus fronteras físicas y temporales, determinando así el estado anímico de la cultura occidental hasta bien entrado nuestro siglo. El resultado es un relato que resuena con fuerza en la conciencia colectiva de todos aquellos que nos hemos criado fantaseando con vestirnos con los calzoncillos por encima del pantalón e impartir justicia por nuestra cuenta y riesgo. Afortunadamente, de todo se sale. La pregunta es inevitable, y se hace innumerables veces a lo largo de la novela: ¿Esto para qué?

Me parece esta cuestión más interesante que la que se usa normalmente como reclamo comercial de la franquicia: Who watches the Watchmen?, porque para mí el meollo no está en cómo convivir con los superhéroes sino en su propia existencia y en lo que ésta dice de nuestros miedos y aspiraciones como sociedad. Encontramos aquí una llamada de atención que no intenta moralizar. Una reflexión sobre la idea de héroe que se aplica tanto a Supermán como a El Cid o a Pelayo, todos santos laicos de la religión popular. Aún en el siglo veintiuno seguimos necesitando figuras de palo para figurarnos de manera efectiva ideas como la justicia, el bien, el mal o la codicia.

No dice mucho de nosotros que personifiquemos esas ideas en personas que recurren a la lucha enmascarada empujados por sus ansias de adrenalina, sus traumas infantiles, sus inseguridades o sus egos insaciables. Watchmen es el espejo que refleja y deforma nuestra admiración irracional de lo mítico, de lo legendario; en definitiva, todo aquello que mueve el mundo pero que se queda en nada cuando rascamos un poco. Delirios de grandeza y nuestra tendencia a creernos paladines del bien. En eso nos quedamos cuando nos quitan nuestras caretas. Duele admitir que, pese a nuestras democracias y nuestros sofisticados sistemas diplomáticos, en algún lugar de nuestras cloacas espirituales reside la creencia de que el mundo iría mejor si nos dejáramos de tonterías y saliéramos a la calle por la noche para hacer del mundo un lugar mejor. De aquellos polvos estos lodos.

Como anotación, aclaro que hago mis divagaciones sabiendo que me he perdido la mitad del subtexto que cimienta esta novela, porque si bien hay un nivel accesible de crítica social, no es fácil para alguien no muy ducho en la cultura e historia de los cómics desentrañar todos los dobles significados y las referencias que plagan las viñetas de esta historia. La cultura de los magazines Pulp y sus proto-superhéroes son el sustrato principal de la historia. Por momentos he deseado tragarme de golpe, con frenesí, la ingente cantidad de tiras de cómic que conforman el abono de Watchmen. Cuanto más sano es el vicio, más difícil es admitir que tienes un problema. 

Volviendo al principio: todo comienza con el asesinato de El Comediante, un personaje detestable que parece, sin embargo, haberlo entendido mejor que nadie: El mundo es una gran broma. En algún momento de la historia, alguien dice que Robert Redford se va a presentar a presidente. Lo que en los ochenta era un guiño bromista de los autores es hoy menos broma de lo que parece. La coña se va haciendo más pesada mientras el Apocalipsis que contextualiza la novela suena hoy más familiar de lo que nos gustaría. Por polemizar, no puedo dejar de mencionar que uno de los personajes, con su pancarta que reza "THE END IS NIGH" y sus revistas alt-right, no deja de recordarme un poco a Greta. Se parecen mucho los profetas. La lucha por el bien abstracto siempre nos lleva a los uniformes. Al terminar la historia, unos se quedarán con Rorschach y otros con Dr. Manhattan. Algunos incluso con Veidt. Yo creo que me quedo con el chaval que se queda calentico en la boca de agua, leyendo su cómic de piratas.








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