domingo, 14 de julio de 2019

Laboratorio Meléndez

Las vidas que se cruzan desafían las leyes de la lógica. De la misma manera que un chiste une intencionadamente a chinos, alemanes, rusos y españoles en su probeta humorística, también surgen de manera espontánea laboratorios de surrealismo en ciertos rincones de la ciudad, propiciados por la colisión inesperada de trayectorias que apenas segundos antes se encontraban a años luz unas de otras. 

Suceden en estos laboratorios experimentos inútiles para la ciencia -  en su mayoría, al menos, a no ser que hablemos de densidades lácteas - , pero enriquecedores para el anecdotario de los ratones de laboratorio que, cada mañana, se levantan preparados para otro arduo día de prueba y error. Cada uno recorre su laberinto particular, que aunque ellos no lo saben, es el mismo cuando se mira desde arriba. Es gracioso verlos chocarse unos con otros mientras buscan la salida con frenetismo. 

A veces incluso se paran a charlar en mitad de los estrechos pasillos del laberinto, cansados de la búsqueda infinita y del sinsentido de las esquinas que no acaban. Siendo cínicos, podríamos decir que hacen virtud de la necesidad, pero ¿qué importa eso al fin y al cabo, si por un momento se distraen unos a otros de la búsqueda de algo que apenas se recuerda cuando llega el final del día? Lo realmente importante es que, casi sin quererlo y sin siquiera darse cuenta, acaban por ayudarse mutuamente, quedando un poco más cerca de lo que antes estaban de la salida que a veces parece no existir. Al final del día, cuando el laberinto se hace un poco más pequeño para todos, es evidente que el experimento merece la pena.