sábado, 30 de marzo de 2019

Tribuna

Más que una invasión como tal, bien podría el evento en cuestión calificarse como una "visita subida de tono", de tan pocos que quedaban dentro del castillo cuando llegaron los invasores. Imagínense la cara de éstos cuando, al disiparse el polvo levantado por el portón echado abajo, en lugar de las huestes de enemigos que esperaban encontrarse, no veían allí más que dos personas cuya partida de ajedrez se había visto violentamente interrumpida por el alboroto. A la izquierda de la mesa, una pija con camiseta de los Dead Kennedys; a la derecha, un gitano con bolso de Gucci. La primera, poco sorprendida, se limitó a decir:

- Estaba abierta. 

Los invasores, intentando provocar a sus enemigos, respondieron a unísono:

- ¡Trá, trá!

Pero su ataque no obtuvo reacción alguna. No sabían que hacía mucho tiempo ya que la revolución había tenido lugar en aquel castillo. Había sido, claro, meramente estética, como todas lo son. Ocurrió temprano por la mañana, cuando a la gente le importan menos las cosas de las tres de la tarde. Lo dejaron estar, porque si no se les iba a acabar quemando el café. 



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