sábado, 23 de noviembre de 2019

Ordesa

Manuel Vilas escribe a bocados. Está mutilado también, por la vida que escuece. Veo en mi cabeza un perro con muñones por patas que avanza mordiendo la tierra. A bocados, se arrastra. Así me lo he imaginado mientras leía "Ordesa". Ahora malcopio su estilo porque en el fondo sé que hay algo de él en mí. Todos somos padres e hijos de todos en este país de endogamias. Odio verme en él porque en él me veo yo. Y eso me produce un profundo placer. No tendría sentido que fuera de otra manera, pues "Ordesa" es precisamente eso: una pequeña contradicción que nos habla de aquella que lo envuelve todo. 

"Nunca decimos toda la verdad, porque si la dijéramos romperíamos el universo, que funciona a través de lo razonable, de lo soportable." (p. 280).

Se entreve en las líneas discontinuas de su prematuro testamento emocional un padre descuidado, un propietario aburrido con su vida, un mal hijo ahogado en sus sentimientos inexpresados y un romántico hedonista en busca de la justificación perdida. Deja ver todo esto y más Manuel Vilas en su impudorosa desnudez literaria. Algunos dirán que es un llorica que busca la absolución que no le puede dar nadie más que él mismo. Yo mismo lo he pensado a ratos. Es sincero, sin embargo, y es precisamente esa honestidad descarnada la que le permite redimirse de su egocentrismo ante el lector escéptico.

"El deseo de muerte es un anacronismo. Y eso lo hemos descubierto hace poco. Es un descubrimiento último de la cultura occidental: es mejor no morir." (p. 17).

Parece un desafío, su libro. Nos invita a tirarle la primera piedra con descaro y por supuesto no le cae ni un chino. La razón es que al retratar sus desgracias retrata las de los demás. En su ejercicio de introspección ególatra, Vilas consigue llegar a través de sí mismo a todos. Es como si cavara tan hondo en su ombligo que acabara saliendo a través de la caja torácica del lector. Yo lo sentía, picando en mi pecho, a punto de emerger violentamente como un Alien cubierto de vísceras. No sé si es una exploración de la humanidad o de la hispanidad lo que hace, porque a mí por lo menos me cuesta distinguir lo primero de lo segundo desde hace tiempo. Le han traducido al francés, así que algo tendrá que tener que vaya más allá de los Pirineos. Si vende allí será porque la queja es consustancial no sólo a lo español, sino a nuestra frágil existencia general como especie. Ya que estamos obligados a hacer sin que nos pregunten antes si nos merece la pena, qué menos que nos dejen quejarnos de nuestra inutilidad. Yo al menos he disfrutado de sus quejas. Marwan también, pero no dejéis que eso os aleje de una lectura fascinante.

"La existencia es una categoría moral. Existir nos obliga a hacer, a hacer cosas, lo que sea." (p. 12).





viernes, 15 de noviembre de 2019

Un señor mayor tiene miedo

Un señor mayor - un viejo,vamos - andurrea de arriba pabajo por su balcón. Antes sería campo, infinito, inabarcable. Ahora tenemos más, pero es más abstracto e inasible y preferimos quedarnos en nuestro roal, que diría mi madre. Mecago en los putos indies. Si yo fuera ese señor, diría eso. Ese señor está hasta los cojones, y se tiene que quedar en su balcón, meneando sus articulaciones porque no le queda otra. Le da miedo la calle que no entiende. Está esperando al día que no tenga que aguantar tanta tontería.

Antes el miedo era una cosa seria, con peso. Ahora cualquier jipi con un termo nos acojona. Bendito sea. Lo que daría por vivir en una época donde el miedo fuera una cosa respetable. Lo que daría por ser un hombre de Neanderthal huyendo de un tigre de dientes de sable, como en Ice Age. Quiero ser un animal de Ice Age. Es una hipérbole, claro. Una exageración. Me encanta tener Netflix y dormir con edredón en vez de con pieles disecadas (imagínate lo incómodo que tiene ser que se te claven los pelillos tiesos de un mamut mientras intentas un conciliar el sueño en tu cueva). Pero el miedo, ese miedo ubicuo, latente; miedo por dentro en vez de por fuera. Eso es lo que peor llevo. 

Quizás no un cazador-recolector, sino más bien un señor mayor, que tenga miedo del mundo, es lo que me gustaría ser. Para que el miedo de fuera se coma al de dentro y me deje vivir en paz un rato. Un miedo saca a otro miedo.