viernes, 17 de noviembre de 2017

El cielo

El ascensor era un vagabundo vertical con fauces metálicas. Traía y llevaba ojos tristes, pero con esperanza, los ojos, no él, que chirriaba en armonía con los sonidos gástricos de la emoción primeriza. La cola se salía por la puerta de aquel edificio de la plaza de San Pablo como una serpiente sibilante, murmullando en cada escama: niños con sus madres, abuelos cogidos de la mano, hombres de negocios y jóvenes desaliñados. Era una conversación colectiva incoherente, desorganizada, que formaba poemas de barullo escritos con el cuidado que sólo el azar puede concebir.

Tomás se sumergía en aquella poesía con los ojos cerrados para siempre, mirando a su madre, más bella que nunca, pálida como una llama rápida. Tenía frío, pero no por fuera, sino por dentro, en el estómago inerte donde el hambre no habitaría. De ahí se extendía al resto del cuerpo, escarcha en los intestinos y humo de nieve en la sangre estancada. También hacia arriba a través de su esófago, manguera de de invierno que no hablaba. Era una tormenta sellada, restringida por los límites de un cuerpo hermético que no hablaba, ni oía, ni.

domingo, 5 de noviembre de 2017

Suspenso en suspensión

El aire es oscuro aquí arriba, denso en los pulmones, fuego en la laringe. Tengo una vista privilegiada desde mi caída eterna y la disfruto como un buen cigarro, veneno y éxtasis en una calada eterna. Me pregunto qué pasaría si todo fuera siempre tan precioso como lo es hoy. Me acabaría cansando, o aún peor, acabaría odiándome a mí mismo. La belleza tiene doble filo y a mí siempre me atacan los dos al mismo tiempo, directo a la arteria. Me desangro de alegría y hastío, regando los campos con mi empacho vital para que crezcan los frutos amargos de un árbol paciente hasta la idiotez. 

Caigo por inercia, empujado por la gravedad de un asunto que no me convence, pero que escuece igual. Mi peso es mi peor enemigo y el aire un pobre aliado, pues poco puede hacer más allá de friccionar y desgarrar mis vestiduras con sus mordidas. Las alertas rojas pasaron a ruido de fondo hace tiempo. Ahora adornan mi silueta formando un aura incandescente: un Sputnik que orbita en vertical no sirve para ninguna misión. Cuanto más cerca de la base, más se pierde su señal. Está condenado a dejar de transmitir, pero disfrutó la caída.