Antes, donde yo vivía, la gente veía hombres, mujeres y viceversa. Sí, en minúscula. Ahora el plató es diferente: asientos de cuero y escotes de lino, sonrisas de marfil e intenciones de ébano. Se inflaman, queriendo ser el rugido de millones. Pero no son millones, sino uno. Uno solo.
A través de las paredes no se escuchan ni el viento ni los murmullos. Las frecuencias del micrófono son la única voz despierta, por desgracia. A las dos toca comer y dejar parado el destino, que vuelve mañana a la misma hora. No se lo pierdan.
Sobre todo ten cuidado. No pierdas de vista al resto.
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