domingo, 5 de agosto de 2018

Secadero

Berrean hoy en las calles las tristezas secas y cuarteadas, expuestas al sol inclemente de un domingo estéril de agosto. El mes despechado reduce a los habitantes por la fuerza y revela las miserias que, ocultas normalmente en la intimidad de una sombra húmeda y cenagosa, relucen ahora de un modo letal. Evaporada la cómoda confidencialidad del silencio pringoso del invierno, la desesperanza crece con cada gota de sudor que resbala, falsa esperanza de irrigación que nunca llega, a través de los cuerpos breves y lisiados por la luz, que se apilan en un amasijo de carne colgante y horas espesas.

En la Calle Mayor, un movimiento, un soplo de aire ágil recorre con curiosidad los restos de la civilización momentáneamente impedida, ajeno a la parálisis que lo rodea y que empieza a estrangularlo sin que se de cuenta. Silba una canción que nadie oye, despreocupado e incluso alegre, porque no tiene efecto sobre él la maldición de la luz reveladora. ¿Quién sabe? Puede que sea ésta precisamente la trampa más grande. Puede que los adornos precarios que cubren a medias la estancia de su niñez no resistan ni el más leve soplo de crueldad. ¿Resistirán un verano más los hilos putrefactos el envite de la brisa hervida?



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