sábado, 15 de septiembre de 2018

IV Congreso Científico de Villamenor


No paraba de restregarse las manos sudadas sobre la pana gorda de los calzones. Los ojos del alcalde viajaban fugazmente de una bata blanca a otra, algo que, unido a sus labios rígidos y a los chorros de sudor que surcaban su frente, erosionada por el azote inmisericorde de la genética, le confería a su gesto un cierto carácter epiléptico. Sus continuados carraspeos no hicieron nada por acallar el murmullo que su afirmación había levantado, por lo que el excelentísimo Vicente, alias El Leñaor, continuó su discurso inaugural, intentando surcar sin remos el mar revuelto de comentarios airados y exclamaciones impropias de tan distinguidos sesos.

—No podemos olvidar que, en el fondo, datos tan escalofriantes como éste no hacen más que reflejar el hecho vergonzante de que, tras más de cuatro años de investigación, la comunidad científica no ha sido aún capaz de explicar con un mínimo rigor los orígenes de El Artefacto.

Tal y como él esperaba, su afilado comentario acalló los murmullos con una sordina de culpa y vergüenza.

Era ya el cuarto IV Científico de Villamenor, siempre coincidiendo con el aniversario del descubrimiento de El Artefacto; pues si el pueblo había conseguido reservarse un lugar privilegiado en el mapa de la provincia, todo era sin duda gracias a ese afortunado día en el que Jacinto, el de la Bernardica, se había encontrado con el extraño artilugio cuando iba de camino a hacer soleras. El hallazgo no tardó en llamar la atención de la prensa internacional, y lo que empezó como una serie de visitas esporádicas acabó institucionalizándose a marchas forzadas, atrayendo eventualmente a una multitud de personalidades del mundo de la ciencia que, durante tres días, colonizaban el pueblo para discutir sobre uno de los mayores enigmas de nuestro tiempo.

—En efecto, la lentitud e ineficacia de la que su gremio ha hecho gala en una tarea tan urgente como ésta es francamente inexplicable. Me comentaba antes el doctor Stronjholm, venido desde la universidad de Oslo, que le parece increíble que nadie haya sido capaz de ofrecer una teoría más o menos definitiva tras tan largo período de tiempo, y no puedo más que acompañarlo en su confusión, sobre todo teniendo en cuenta la cantidad de mentes brillantes que han sido llamadas aquí por este enigma, sirena maldita de los marineros del conocimiento.

Antes de continuar, el alcalde cambió de página con dramatismo, como había visto tantas veces hacerlo a los políticos en la tele.

 —Desde luego no será por falta de originalidad y entusiasmo en el desarrollo de teorías. Entre ellas cabe destacar la ya célebre hipótesis avanzada por McCormack (2011), la cual defendía que El Artefacto no era más que un extravagante sistema de afeitado. Para defender esta idea, usaba las hendiduras en la parte gomosa exterior de las circunferencias como prueba de que, con el diseño adecuado, se podrían encajar en éstas una serie de aplicadores de espuma en la izquierda, así como un número determinado de cuchillas en la derecha; todo esto de tal manera que, moviendo la manivela, uno podría llegar a afeitarse con tan sólo girar levemente la mano. Johansson y Senstein (2013) refutaron su hipótesis y defendieron la idea, más plausible por otra parte, de que en realidad El Artefacto habría funcionado como un sistema de secado mediante el cual, introduciendo la ropa entre las varillas de metal y girando la manivela a gran velocidad, uno podía obtener resultados sorprendentes (aunque se recomendaba poner a prueba su funcionamiento en exteriores). Otra propuesta de alto valor imaginativo, aunque desacreditada por consenso, describía El Artefacto como un proyector de cine artesanal, en el que la estructura quasi-triangular del centro se usaría para posicionar una luz, incidiendo ésta directamente sobre una serie de fotografías que, sujetas a las hendiduras (aquí notamos la influencia de McCormack), se sucederían una tras otra, creando sensación de movimiento. Todas y cada una de estas hipótesis han supuesto grandes avances en nuestra búsqueda de la verdad, pero ninguna de ellas parece ser capaz de proporcionar una explicación con carácter definitivo. Es por eso que ustedes están aquí esta semana, participando en las jornadas que arrancarán tras la recepción de vino y canapés que encontrarán a la salida de este auditorio.

Un brazo blanco surgió de la homogeneidad de la grada como una hilacha suelta en una sábana. Tras hacer el alcalde un gesto de afirmación en su dirección, el científico formuló su pregunta:

—Sí. Hola. Simplemente me preguntaba cuándo podremos ver el objeto en cuestión. Muchas gracias.

 El alcalde sonrió paternalmente, percibiendo el tono impaciente que la imperiosa curiosidad científica imprimía en la voz del joven investigador.

—Oh, no se preocupen por eso, estará disponible a primera hora esta tarde.

El alcalde paró en seco, dudando si ofrecer más explicaciones. Cuando por fin se decidió, encogió los hombros y se acercó al micrófono, en un intento de envolver su confesión en un aura de confidencialidad:

—Verán ustedes, la razón por la que El Artefacto no está aquí ahora mismo es que el hijo de Bonifacia, el Aitorcillo, se lo lleva todos los miércoles antes de comer. Resulta que un día se topó con él en el ayuntamiento y claro, como es tan inocente y juega con todo lo que ve, pues se lo llevó rodando, con el resultado de que le cogió el gusto a tirarse cuesta abajo. El caso es que Eustaquio, el médico, nos dijo que al niño, que nació con dificultades, le venía muy bien dar paseos al aire libre y por eso, desde ese día, le dejamos que se dé una vuelta con El Artefacto todos los miércoles antes de comer, porque ya que no sabemos qué utilidad darle, pensamos que no podía hacer ningún mal que el chiquillo se entretuviera con él mientras tanto.

Los científicos que abarrotaban la sala sonrieron con dulzura ante las ocurrencias de Aitorcillo y, tras un breve aplauso, se levantaron a unísono para comer algo y prepararse así para las duras sesiones de trabajo que se avecinaban.




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