Por lo general, cuando se citan otros autores se obtiene un
resultado muy similar al que podría esperarse de la amputación casera de un
miembro importante del cuerpo. Quiero decir que es un proceso brutal,
sangriento, antihigiénico y, por lo general, inútil (salvo en casos muy
excepcionales en los que hay amenaza de gangrena). Una vez hecha esta
sangrienta asociación negativa, me será mucho más fácil que el que lee afirme
con rotundidad cuando argumente sofistamente que citar no es más que una manera
sutil de apropiarse del conocimiento de otros, forzando indebidamente las palabras
ajenas hasta que éstas adquieren la forma, y por lo tanto el significado, que
queremos darle.
En este proceso, nuestra mente (que no nuestro cerebro, dejemos en
paz a los neutrales y objetivos órganos) juega un papel crucial, ya que es un
arma de distorsión masiva cuya función no es otra que la de hacer el mundo que
nos rodea más comprensible y acorde con lo que a veces nos da por llamar “nuestra
identidad”. Esto ocurre especialmente con la literatura. Del mismo modo que se
repite eso de que existen tantos libros como lectores, también es plausible
decir que existe el mismo número de lectores que de posibles
malinterpretaciones de un texto. Con esto no hago un juicio de valor, sino que
describo la mi realidad, ya que podría decirse que somos
malinterpretadores natos.
En realidad, suelto este discurso vacuo e innecesario, fruto del
ímpetu procrastinador de alguien que huye siempre de hacer cualquier cosa que
pueda considerarse útil por la sociedad, precisamente porque en el origen me
habría gustado empezar este texto con una cita que me ha dado pereza me
ha sido imposible encontrar, por lo que he tenido que inventarme una
justificación para poder hablar con la mente tranquila de algo medianamente
lúcido que alguien lo suficientemente importante dijo en un libro mínimamente conocido.
Al menos espero que esto sea realmente el caso y no estar haciendo el panoli,
atribuyéndole a alguien lo que en el fondo sólo me pertenece a mí.
Pero ¿Para qué vamos a engañarnos? Lo cierto es que me importa
poco si pertenece sólo a mí o si vamos a partes iguales. Somos todos
plagiadores, al fin y al cabo. Además, mira tú por dónde, es de esto de lo que
quería hablar; de que el autor en cuestión dice que estamos acostumbrados a
considerar el crecimiento como un proceso acumulativo cuando en realidad envejecer
no es más que un progresivo despojamiento de todo lo que alguna vez fue
nuestro, acabando obviamente por nuestra propia identidad. Por lo general creo
que tiene más razón de un santo (la afirmación tiene, de hecho, aires de Nuevo
Testamento) y que da igual que seas más despistado o menos porque al final
todos nos acabamos dejando cosas por el camino, unas más importantes, otras
menos. Por otro lado, no tendría gracia hablar del poder de distorsión de
la mente si no fuera para ejercerlo sobre esta afirmación y hacerla mía, porque
¿para qué cita alguien si no es para atribuirse la belleza que otras personas
han creado?
Hago un pequeño inciso para comentar que, aunque sea un poco
grotesco, cuando pienso en la analogía que establecía al principio, la de la
amputación, me hace gracia pensar en las personas que ponen citas literarias como
pie de foto en redes sociales. No puedo evitar imaginarles en la calle,
levantando muy alto el brazo sangriento que acaban de arrancarle a alguien y
que les gotea por la cara mientras gritan: “NO ES MÍO PERO, ¿A QUE ES BONITO?, ¿EH?,
¡¿EH!?”
Habiendo refrescado la asociación negativa del principio con el
fin de que el que lee lo tenga más fácil para adherirse a mi visión parcial,
manipuladora y caricaturesca, continúo y digo que quizás sea cierto que crecer
consiste en la pérdida paulatina de uno mismo. Lo que no puedo creer es que el
despojo conlleve el vaciamiento, porque no es difícil darse cuenta de que nos es
literalmente imposible dejar huecos sin rellenar y que, de hecho, si algo en lo
que somos buenos es en tapar los agujeros por los que nuestra identidad líquida
se escurre cada día, presas del horror vacui que somos.
Partiendo de esta hipótesis y tras un arduo proceso de
investigación, he llegado a la sólida conclusión de que las citas y las
referencias son el sustituto con el que rellenamos este espacio que antes
ocupábamos nosotros, pero que ahora ocupan otros porque nos hemos escurrido por
las goteras identitarias de nuestra construcción inestable. Lo que quiero decir
es que, cites o no cites, crezcas o no crezcas, al final da igual, porque de
ninguna manera vas a volver a ser tú nunca más.
Y ya está, y es lo que hay.
No hay comentarios:
Publicar un comentario