miércoles, 11 de diciembre de 2019

El gigante enterrado

Si algo tienen en común los premios Nobel que he tenido la oportunidad de leer es que casi todos me han aburrido profundamente. Me pasó con Coetzee y con Kawabata. También con Herman Hesse, y con Thomas Mann ni te cuento - me pregunto si algún día tendré narices para terminarme ya no el libro, sino aunque sea un capítulo de "La Montaña Mágica" - . Cada vez que he vuelto a poner en la estantería uno de estos libros - normalmente a medio terminar - me he sentido un inepto, como ciego de nacimiento a las virtudes de la literatura universal que acumula polvo entre líneas de libros de lengua y estanterías de esnobs literarios de todo el mundo. En definitiva, lo único que puedo decir a día de hoy es que leer sistemáticamente laureados del Nobel está muy bien para hacérselas de sabiondillo en la introducción de un texto, pero aseguro que, al menos en mi caso, no ha servido para mucho más. Desde luego no para disfrutar de mi tiempo de lectura.

Ishiguro es, sin duda, la gota que ha colmado el vaso. La culpa es mía, ya que cometí el error de empezar con él por arriba, es decir, por lo mejor. Leí "Nunca me abandones" (Never Let Me Go) justo el año en el que ganó el Nobel, sin yo saberlo. Lo del Nobel digo, no lo otro. Obviamente era consciente de que me lo estaba leyendo. Al no haber escuchado en mi vida nada sobre el tipo, lo que empezó como una lectura sin expectativas acabó por convertirs
e en el hallazgo de una voz muy peculiar, sorprendentemente hábil a la hora de desarrollar un retrato profundamente intimista y delicado sobre un fondo de ciencia ficción distópica. Tampoco me volvió loco, he de admitir. En algún momento, sin embargo, me enteré de lo del premio, lo cual, sospecho, ha distorsionado irremediablemente mi visión del lector, magnificando lo que ya he leído y forzándome con cuchillo a mirar con buenos ojos lo que leeré, dándole más vueltas de lo normal.

Es eso lo que hago con los Nobel: apretarlos más que a otros para extraer algo de jugo de lo que de otra manera no sería más que un texto que me hace bostezar. He intentado extraer ese jugo de dos obras más de Ishiguro, buscando la originalidad que encontré en su libro más celebrado. He fracasado. "Cuando fuimos huérfanos" (When We Were Orphans) me pareció denso e infumable en su momento y mi lectura más reciente, "El gigante enterrado" (The Buried Giant), me ha proporcionado una experiencia igualmente fláccida, aburrida y, sobre todo, inane. El único mérito que le puedo atribuir al autor con respecto a la última de las dos es que tenga la destreza suficiente para que una narración plagada de eventualidades y aventuras transcurra como parada en el tiempo, sin llegar nunca a transmitir el más mínimo sentido ya no de energía, sino de movimiento en general. Hay que ser muy intensito y denso para conseguir eso.

No doy un duro por los personajes de Ishiguro, lo cual es una pena teniendo en cuenta lo interesante que me ha resultado el trato del simbólico mal del que padecen éstos. El olvido, personificado en el sugerente aunque obvio recurso de la niebla, es el verdadero protagonista de la novela y lo es a dos niveles que son el mismo: el social y el personal. Nos situa en una Inglaterra mítica, la del rey Arturo y Merlín. No hay apenas datos sobre esta época, sólo sangre. Por eso el relato se desarrolla en la historia para sacarnos de ella. Es un tiempo anti-histórico el de la novela, precisamente porque apunta a cruzar los límites de la realidad para situarse fuera de Inglaterra y del mundo. Aspira a la universalidad, el autor. Es una fábula sobre la amnesia colectiva y personal lo que se entreve entre bostezo y bostezo. Y de verdad que me provoca verdadera tristeza que no esté mejor narrado. El tema de la novela es más interesante que la novela en sí, y eso lo sé yo y lo sabe Ishiguro. 

"Algunos de vosotros tendréis bellos monumentos gracias a los cuales los vivos recordarán el mal que os hicieron. Otros tendréis pobres cruces de madera o rocas pintadas, mientras que los últimos debéis permanecer ocultos en las sombras de la historia."/ p. 305.

Hay sangre y olvido en la sociedad como también hay sangre y olvido en un matrimonio. Es casi una necesidad. El matrimonio como guerra requiere de pactos y acuerdos. También de conveniente ignorancia de los hechos. Nuestra historia sentimental es la verdadera historia universal y nuestras sociedades matrimonios de conveniencia. La pregunta es inevitable: ¿Es mejor recordar la sangre o vivir en la niebla? Quizás haya respuestas diferentes. No lo sé. Como mínimo, el libro nos cuestiona sobre la necesidad de olvidos pactados en un mundo cuyos cimientos están pintados de rojo escarlata. El olvido como arma política, como arma de paz. Aunque también como violencia muda. La verdadera pregunta es: ¿Podemos aceptar las sombras que plagan nuestro pasado personal y colectivo?, o mejor aún, ¿acaso queremos?

"Me pregunto, princesa, si nuestro amor se habría hecho tan fuerte durante estos años si la niebla no nos hubiera robado nuestros recuerdos de la manera en la que lo hizo. Quizás ayudó a que se cerraran viejas heridas."/ p. 361.




No hay comentarios:

Publicar un comentario