viernes, 13 de diciembre de 2019

Folsom Prison Blues


Hay cansancio en el trémolo de la guitarra que abre la canción. Se arrastra como a duras penas. Le cuesta arrancar. Va a la contra de masas de viento imparables.  Empezaría esta canción diez mil veces seguidas, una y otra vez, para escuchar sólo el inicio. Después pasaría directamente a La Estrofa, y la volvería a repetir otras tantas:
When I was just a baby
My Mama told me, "son
Always be a good boy
Don't ever play with guns"
But I shot a man in Reno
Just to watch him die
When I hear that whistle blowin'
I hang my head and cry.
La Estrofa, con mayúsculas, porque todo en "Folsom Prison Blues" pivota en torno a este fragmento. Seis o siete líneas como centro gravitatorio que conforma el nudo de la narración. Ese nudo contiene, a su vez, introducción, nudo y desenlace en sí mismo. No hay moraleja. Uno mata y después llora no tanto por lo que ha hecho, sino por las consecuencias. Ojo al matiz: no llora al ver el cadáver, sino al escuchar la sirena de policía. Es una epifanía que tiene poco de arrepentimiento. Después, en la cárcel, en Folsom, se lamentará el asesino de que la gente siga con sus vidas más allá de las paredes que lo encierran. No se lamenta por su situación, ya que no concibe alternativa. Él sabe que, de la misma manera que el destino de los ricos es fumar puros y beber café, el suyo era acabar ahí. Pero jode. Qué menos que cantarlo.
I bet there's rich folks eatin'
In a fancy dinin' car
They're probably drinkin' coffee
And smokin' big cigars
Well, I know I had it comin'
I know I can't be free
But those people keep a-movin'
And that's what tortures me

El protagonista de "Folsom Prison Blues" rompe el cuarto y el quinto mandamiento del tirón. El cuarto es más importante que el quinto. A su vez, el quinto es más importante que los tres primeros.  Están ordenados de lo divino a lo terrenal, los mandamientos. Los tres primeros son de dios. El cuarto y el quinto, visagras entre lo misterioso y lo terrenal. Los demás son los mandamientos de los pobres, los que intentan regular la vida de los infelices, que ni deben buscar la opulencia, ni codiciar los bienes ajenos, ni pasarse con el placer. Para un pobretico, para un preso de Folsom, sólo hay cinco mandamientos. A veces seis. En ocasiones siete. Para el protagonista ni siquiera existen hasta que mata; o mejor dicho, hasta que escucha la sirena que le anuncia su futuro. Entonces llora, pero no por haber matado, sino por no haber honrado a su madre. Es un juego, el de las pistolas, y ha perdido. Vaya a la cárcel sin pasar por la casilla de salida. Esa, para otros. 

No es lo mismo un músico que un preso. Ambos son alegales, porque están fuera de la ley- alegal que no ilegal - y no hay ley en prisión. Al segundo, sin embargo, la ley lo arrastra. No le hacen gracia algunas cosas, por lo tanto. Johnny Cash tocó "Folsom Prison Blues"  para los presos de la prisión estatal de Folsom en el 68. Eso es la historia: mientras universitarios pijos hacían la revolución sexual, presos pobres escuchaban a un Johnny Cash cansado y acabado - como la guitarra del principio -  cantar La Estrofa. En la grabación se escuchan vítores que nunca sucedieron. He leído que los añadieron en post-producción. Los presos no vitorearon al hombre que mataba por curiosidad. Parece ser que en la cárcel hay Diez Mandamientos. Yo creo que puede que haya once, siendo el onceavo: "No vitorearás a Johnny Cash".



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